Armando Adame

Una oscura esperanza: la poesía de Félix Dauajare

 

INada es tan fiel a un poeta como sus propios textos. Abandonado de sí mismo en cada libro, en cada poema, en cada figura, resulta traicionado por la implacable fidelidad de la escritura al momento de su creación. Así, lo escrito se convierte en vestidura, epidermis que se desprende en la vigilia dolorosa del desollamiento; desde la piel másprofunda de la memoria, desde la corteza más íntima de la sensibilidad o la fina membrana de la imaginación.
Y si sus propios textos, implacable fidelidad, congelan la imagen del poeta —sucesivas estatuas de sal— en cada tiempo de su vida, de su escritura, es la lectura renovada la que, traicionando como traducción, dota de nuevos sentidos, fidelísimos pero no petrificados, la íntegra producción del poeta.
El ser de un poeta no siempre es el mismo, pues los tiempos nos marcan, y en el constante derramamiento de palabras hay además una referencia a la forma, tampoco petrificada: experiencia e información; reflexión, síntesis. Poliédrico y prismático, múltiples caras y múltiple luz, el poeta depura su vestimenta, a veces hasta la desnudez que elude el descaro, porque asumiéndose corriente práctica su limpidez, nunca obstruye a la vista el conocimiento del fondo ni se estanca por parecer invisible: así se enturbiaría sin remedio.
Hace siete años escribía de Félix Dauajare como de un poeta desalojado de sí mismo y de los demás, alguien que desalojaba su voz de una retórica construida a lo largo de más de diez libros de poemas.
Escribía de él como de alguien que no abdica de la poesía y citaba lo escrito hace muchos años: «el contemplativo emocional… el que unifica en su poesía la lejanía (toda lejanía) y la proximidad, el amor y la reflexión del amor…» En breves referencias a sus primeros libros, decía que en De tu mar y mi sueño llevaba un gran impulso expresivo refrenado por las convenciones formales. Definiciones, decía, es ante todo el ejercicio del lenguaje metafórico. Me sigue pareciendo que Cuarta dimensión define a su autor desde los versos iniciales: «Nuestra cabal imagen / almirante que busca / los caminos de la tierra y el alma».
Reafirmo que se dibuja ya nítida la imagen del poeta contemplativo-reflexivo en El que domina en la aurora, apelando al simbolismo de la mitología prehispánica. Subrayo como entonces que la inteligencia itinerante adquiere su signo en Xipe-Tótec.
Decía: ceñido al ciclo d?l año, Diario de soledad y comunicación es un libro-poema de apogeo en el dominio de una expresión propia, reitera las inquietudes metafísicas de su autor, que las prolonga en Color de fuego y tiempo, con el cual se cierra un ciclo.
Prosigo autocitándome: afirmada en sus formas expresivas, renovada la ruta por los jardines interiores, resurge después de largo silencio, tras fantasmas que se transforman en cataclismo; asume la soledad de la resurreción y habla de rescatar de la muerte el tiempo del hombre. Partió de la historia de la búsqueda interior hacia el hallazgo del hombre en la historia, y al Contraataque por la solidaridad en la escritura.
Reitero que Sin uno y sin nadie resume la extraña perplejidad de que nos dota la madurez, que en Dauajare no es apoltronamiento mental, sino la opaca y pesimista inquietud respecto a la vida personal y colectiva, respecto a las interrogaciones mismas, hasta las nostalgias íntimas. Dice en alguno de sus poemas: «las soluciones sencillas y directas son un refugio provisional / y lo único durable de las posesiones es precisamente su pérdida».
Lo extraño y lo difícil, rigurosamente contemporáneo del cuaderno Sin uno y sin nadie, es su semejante y a la vez su distinto. A la explícita conciencia del hombre y su contexto exterior, histórico, añade las recurrencias que caracterizan su voz: la búsqueda del sentido de lo aparente, el pesimismo manchado de oscura esperanza, la evocación. El tono vuelve a atemperarse, sin la contundencia que a veces aparece.
Releo lo leído y me pregunto qué tiene que ver con el hombre que oculta la bondad de su mirada tras anteojos oscuros; el que no puede reprimir la ironía y, después de años de cumplir a cabalidad con los deberes convencionales del servicio público conserva la franqueza y la capacidad de reír. Conocer a Félix Dauajare es palpar el cumplimiento de los anhelos de otro poeta: Fray Luis de León. Y leer la poesía de Félix Dauajare es descubrir la actitud humilde del hombre que respeta el ejercicio del intelecto: en cada epígrafe reconoce la arborescencia de vasos comunicantes, raíces y ramas, que nutren a un hombre de conocimiento.
Pero todos los pretenciosos párrafos antecedentes son inútiles cuando abro, casi al azar, Una puerta tras ot?a puerta y descubro el fuego, la serenidad, la indignación, el simple desasosiego o el anhelo que justifica toda escritura poética:

«jardines donde las manos enlazadas
caminan sin la carga del tiempo…»

Armando Adame

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