Joaquín Cossío

Félix Dauajare: el impasible, el extraño y sencillo

 

Félix Dauajare llegó a nuestra mesa de lectura, en el taller literario del Museo de Arte e Historia de Cd. Juárez, él no era más que un nombre desconocido y raro; un nombre que, según nuestra muy incipiente sabiduría, no podría pertenecer más que a alguien levemente oscuro por el hecho de carecer de esas resonancias mágicas que, suponíamos, sólo la fama y la llamada consagración literaria otorgan a un escritor. Pensábamos que aquello que no se enuncia con las fluidas palabras de lo conocido podría indicar carencias, ausencia de logros artísticos. Los nombres que delineaban a nuestra aparente actualidad poética eran otros: más resonantes, más repetidos en la aprobación colectiva.
Después, al nombre de Félix Dauajare lo comenzaron a acompañar las palabras; en él se fueron haciendo palpables, implícitos, ciertos adjetivos propios de su poesía. Empezamos a escuchar las múltiples posibilidades de una voz, la clara sujeción de un lenguaje al deseo íntimo, a una constante voluntad de decir, a una inquebrantable aspiración por renombrar lo sencillo y lo cotidiano.
Entonces Félix Dauajare empezó a tomar la dimensión justa en nosotros al decir, sin más:

«Yo hablo solamente
a los que llevan la sombra en los bolsillos
pues este sol les lastima la cara
y les muestra los objetos desagradables

Aquéllos para quienes la muerte es algo así
como no poder cantar
escribir
o deshacerse por dentro.»

Esta poesía nos tomaba en el sobreasalto de lo lúdico y era la misma poesía que tal vez deseáramos escribir si nuestra torpe palabra no nos arrastrara consigo. Dauajare era ya otra cosa: un poeta, un hombre infiltrado en el lenguaje para seducir la palabra y conducirla hasta el territorio de lo deseado: amor y fraternidad.
Peso de lo común y lo terrible: podíamos comprenderlo ya.
Así, cuando conocimos personalmente a Félix Dauajare, pensamos que la poesía se reencontraba y se fundía en el hombre, en sus palabras y en nuestra realidad: Dauajare era impasible, extraño y no obstante sencillo; a él le correspondía decir:

«Hace falta salir unidos para cambiar las cosas
hacer de una silueta de murciélago
un ángel combativo
que lleve espaldas diferentes
que hable de algún camino nuevo
que la simple existencia se comparta.»

El aliento poético de Dauajare albergaba la edificación de la vida y era aún capaz de la sugerencia contestataria: amor y rebelión, búsqueda de lo amoroso y cuestionamiento de lo insatisfactorio, amor político y nostalgia amorosa.

Y aquella marginación que pensamos real en un principio, demostró ser en Dauajare una simple indiferencia hacia la compleja y sojuzgada labor intelectual que parte de nuestra provincia hacia el centro del país. Entendimos que su posición como creador cultural en provincia obedecía a su natural designio de hombre fiel, aunque ello implicara su ausencia en los catálogos y muestrarios de lo que se supone la realidad literaria, consagrada, oficial, de México. Esto nos asombró y nos resultó útil para nuestros recónditos o manifiestos deseos de ser poetas. Sin embargo, y paradójicamente, cuando Félix Dauajare fue nuestro, nosotros ya éramos de él: descubrimos en su trato directo una admirable profesión de fe hacia la creación literaria de los jóvenes, no como un medio para mostrarse condescendiente o para manipular con espíritu censor, tampoco para acrecentar o hacer pública una supuesta erudición, sino como una afinidad real y un alegre y sostenido aprendizaje. Así, los que ahora participamos en este libro para mostrarle nuestro afecto y nuestra valoración de su obra, quienes creemos ser jóvenes o lo somos, le manifestamos de este modo nuestro respeto al maestro Dauajare, porque él también es joven y es nuestro. En verdad sus decisiones en lo que atañe al destino poético de su vida nos
pertenecen y nos rebasan. Le ofrecemos pues nuestra admiración y nuestra palabra.

Joaquín Cossío

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